El misterio de la redención de la Cruz – Pastor David Jang

1. El significado de Romanos 3:25 y el misterio de la redención

Romanos 3:25 dice: “A quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados.” En este breve versículo encontramos el núcleo central de la doctrina cristiana de la redención (expiación) que ha sido motivo de debate y reflexión en la teología a lo largo de siglos. El apóstol Pablo proclama que, por la muerte y el derramamiento de sangre de Jesucristo, la humanidad ha sido librada del poder del pecado y de la muerte. Sin embargo, incluso para los creyentes, a veces resulta difícil comprender cómo “la sangre de Jesucristo derramada hace 2000 años en el Monte Calvario puede hoy día lavar y limpiar mis pecados”. Para quienes no creen en Jesucristo, esta pregunta es aún más compleja. Precisamente, en este punto radica lo que se denomina “el misterio de la redención”, algo que trasciende nuestra lógica humana.

El pastor David Jang ha recalcado que la doctrina cristiana de la redención está relacionada con un poder trascendente y eterno capaz de limpiar todos los pecados humanos en un instante. Que Cristo cubriera todos los pecados cometidos por la humanidad —incluyendo los pecados que se cometerán en el futuro— mediante su muerte en la cruz, puede parecer irracional en la superficie. Sin embargo, el evangelio habla de “la salvación que proviene de la gracia de Dios”, y la Biblia atestigua que esa gracia obra por encima de la razón y las emociones humanas. La enseñanza de Pablo se centra en el hecho de que no son “las obras de la ley” las que nos justifican, sino la fe en el sacrificio y la sangre de Cristo.

Cuando Pablo menciona que “Dios, en su paciencia, pasó por alto los pecados pasados”, pareciera que el juicio y la justicia de Dios se postergan momentáneamente, pero en última instancia, la muerte de Cristo revela simultáneamente la justicia (δικαιοσύνη) y el amor de Dios. El punto clave no es que la paciencia de Dios y su ira se contradigan, sino que es necesario un justo juicio contra el pecado, y sin embargo, el que recibe la pena no son los pecadores, sino Jesucristo mismo, quien se ofreció voluntariamente. Este concepto es la base de la “teoría de la sustitución penal” (Penal Substitution Theory) y, a la vez, un claro testimonio del inmenso amor de Dios.

Sin embargo, las personas experimentan un cambio genuino no meramente al entender intelectualmente este amor, sino al aceptarlo en el corazón, viviéndolo en una experiencia real. En este sentido, la llamada “teoría de la influencia moral” (Moral Influence Theory) —que explica cómo la historia de la entrega y el amor sacrificado de Jesucristo produce en nosotros una profunda conmoción que nos transforma— también tiene relevancia para describir la vivencia de la fe. Al mismo tiempo, la más antigua de las teorías de la redención en la historia de la Iglesia, conocida como “Cristo Victorioso” (Christus Victor) o “teoría clásica de la expiación” (Classical Theory of Atonement), enfatiza la victoria de Cristo sobre el poder de Satanás y del pecado, proclamando la liberación de la humanidad en un contexto de guerra espiritual de alcance cósmico.

Aunque cada enfoque de la doctrina de la redención pone el acento en distintos aspectos, todos apuntan a la esencia del evangelio: que los seres humanos obtienen la salvación por medio de la muerte y resurrección de Jesucristo. Asimismo, cuando el pastor David Jang predica el núcleo de este evangelio, enseña abundantemente acerca del amor incondicional de Dios y acerca del poder purificador de la sangre de Cristo, que destruye el pecado y libera a los creyentes. Al hacer esto, no niega la “ira de Dios”; más bien, reconoce que la Biblia menciona tanto la ira como el juicio de Dios, y explica cómo la gracia opera de manera que va más allá del juicio.

Pablo, en Romanos 5:9-10, donde habla de la “ira de Dios”, dice: “Luego mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira… Porque si siendo enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo…” Esto implica que, como pecadores, éramos en realidad enemigos de Dios. El término “enemigo” denota una relación de antagonismo irreconciliable. Pero si Dios solo hubiera vertido su ira, no tendríamos esperanza alguna. Con todo, el eje central de Romanos 3:25 y Romanos 5:9-10 es que, mediante el sacrificio de Cristo y su sangre derramada, se restaura la relación de enemistad hasta llegar a la reconciliación con Dios. Precisamente en este sentido, “la obra redentora de Cristo” se convierte en un acontecimiento dramático que transforma la ira de Dios en amor.

En las predicaciones del pastor David Jang, aparece con frecuencia el tema de la “salvación de la ira de Dios”. Él advierte contra dos posturas extremas: por un lado, la de quienes enfatizan tanto el amor de Dios que terminan afirmando que “no es necesaria la ira”, y por otro, la de quienes insisten solo en el pecado humano y hablan de “una ira divina absoluta”. El evangelio declara que “por la sangre de Cristo” ya han sido vencidos el pecado y la muerte, a la vez que muestra la necesidad de un corazón transformado (teoría de la influencia moral) y la realidad de la sustitución penal (Penal Substitution), es decir, que el castigo por el pecado fue asumido de manera efectiva. Además, cuando se entiende que las cadenas del pecado han sido rotas (Cristo Victorioso), se manifiesta de forma más clara la dimensión total de la salvación.

En los Evangelios se ve a menudo que Jesús ya declaraba el perdón de los pecados durante su ministerio terrenal. Un ejemplo representativo es Marcos 2, donde, al ver a un paralítico que desciende a través del techo, Jesús le dice: “Hijo, tus pecados te son perdonados.” Este suceso conmocionó a los líderes religiosos de la época, quienes acusaban a Jesús de blasfemia, pues insistían en que “solo Dios puede perdonar pecados”. Pero Jesús no solo lo sanó físicamente, sino que demostró que tenía autoridad para perdonar pecados, revelando así quién era realmente. Aquel poder de perdonar pecados se consumó en última instancia en la cruz. La crucifixión supuso la culminación del continuo acto de perdonar pecados manifestado durante la vida pública de Jesús, y con la resurrección, se declaró la impotencia definitiva del pecado y de la muerte.

La expresión de Pablo “hemos sido salvos de la ira de Dios” deja claro que el pecado no es un asunto trivial. El pecado se opone a la santidad de Dios y por tanto merece su ira. Pero cuando somos justificados por la sangre de Cristo, esa ira ya no se dirige contra nosotros; he ahí la buena noticia del evangelio. Éste es el núcleo de la redención, y a la vez, un “don de gracia” que está fuera del alcance de todo mérito humano. Por eso, cada vez que el pastor David Jang habla de este punto, enfatiza: “Dios se airó, pero cargó Él mismo con esa ira. Por eso debemos agradecer sin límites.”

Así, Romanos 3:25 puede considerarse un versículo que condensa la esencia de la teología de Pablo. Aunque resulta difícil aprehender con la razón todo el efecto de la muerte y el derramamiento de sangre de Cristo, Pablo declara categóricamente que, por la fe, si acogemos esta verdad, somos justificados. Y toda la Escritura respalda esta afirmación. El sistema sacrificial del Antiguo Testamento se basaba también en el principio de que “sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (Heb 9:22), y la tradición cristiana enseña que Jesucristo, como verdadero sacrificio expiatorio, se ofreció a sí mismo para consumar todos los sacrificios rituales.

En resumen, la respuesta a la pregunta “¿Cómo puede la muerte de Cristo en la cruz, ocurrida hace dos mil años, limpiar mis pecados —pasados, presentes y futuros— en la actualidad?” se encuentra en la perspectiva de que fue un acontecimiento en la “eternidad de Dios”, no en la cronología humana. Cuando el pastor David Jang predica acerca de esto, enseña que, aunque nosotros estamos restringidos por el tiempo y la historia, Dios obra siempre y eternamente, “ayer, hoy y por los siglos” (Heb 13:8), y el sacrificio de Cristo es eficaz por igual en todo tiempo y lugar. Además, al ser un suceso que “se recibe por fe”, cualquier persona puede experimentar el perdón de los pecados únicamente por la gracia (Sola Gratia).

2. Tres teorías principales de la redención (expiación) y sus implicaciones teológicas

A lo largo de la historia del cristianismo, se han planteado diversas teorías que intentan explicar cómo la muerte de Jesucristo en la cruz logra nuestra salvación. De forma general, se suelen clasificar en tres categorías representativas: en primer lugar, la de “Cristo Victorioso” (Christus Victor), en segundo lugar, la “teoría de la sustitución penal” (Penal Substitution Theory), y en tercero, la “teoría de la influencia moral” (Moral Influence Theory). Las tres constituyen intentos de explicar la doctrina cristiana de la redención desde distintos ángulos. No se excluyen mutuamente, y de hecho muchos teólogos y pastores coinciden en que una visión armónica de estas tres corrientes permite una comprensión más completa y profunda de la cruz. El pastor David Jang comparte una perspectiva integradora y sostiene que la Iglesia necesita proclamar con equilibrio estos tres aspectos.

La teoría de “Cristo Victorioso” (Christus Victor) es la más antigua, denominada también “teoría del rescate” (Ransom Theory) o “teoría dramática de la expiación” (Dramatic Theory of Atonement). Desde los tiempos de la Iglesia primitiva, esta teoría ha sido un pilar del credo cristiano, por lo que también se la llama “teoría clásica de la redención” (Classical Theory). Su núcleo radica en la idea de que la humanidad, esclavizada por el pecado y sometida al dominio de Satanás, es liberada cuando Cristo paga con su propia vida como “rescate” (ransom). Se apoya en palabras de Jesús como: “Porque el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45). Así, se interpreta que Cristo, al morir en la cruz, vence la guerra espiritual contra Satanás y libera a la humanidad de su condición de cautiva.

Esta visión plantea un gran “drama espiritual” de dimensiones cósmicas: la humanidad, al pecar y desobedecer a Dios, cae en manos de Satanás, y éste usa a los seres humanos como rehenes para exigir sus demandas a Dios. Pero mediante su muerte en la cruz, Cristo “paga el rescate” y libra al hombre. Con la resurrección, Satanás es derrotado de manera definitiva, y el poder del pecado y de la muerte queda destruido. Al exponer esta perspectiva, el pastor David Jang insiste en que “la muerte de Jesús no fue un suceso pasivo”, sino un acto de entrega voluntaria para rescatarnos de las garras de Satanás. Esa “obra de liberación” es precisamente la que rompe nuestras cadenas de pecado y nos traslada desde el valle de la muerte y la desesperanza a la vida y la esperanza.

La segunda teoría es la llamada “teoría de la sustitución penal” (Penal Substitution Theory), muy aceptada en la Reforma protestante y en la ortodoxia tradicional. Se centra en el hecho de que “Jesucristo sufrió el castigo que correspondía al pecador”. También se la conoce como “teoría de la expiación penal” o “teoría de la satisfacción”. Dado que Dios es justo, el pecado exige un justo castigo; si tuviésemos que recibirlo nosotros, solo nos quedaría la muerte. Sin embargo, Jesucristo, sin pecado alguno, se ofreció como nuestro sustituto, recibiendo aquel juicio, por lo que somos declarados libres ante Dios mediante la fe. Esta teoría procura mantener en equilibrio la justicia y el amor de Dios: el castigo al pecado no puede obviarse, pero la pena la asume Cristo, el inocente, posibilitando que, por fe, seamos declarados justos y obtengamos salvación.

El pastor David Jang sostiene que esta teoría “describe de manera sobresaliente el profundo misterio de la salvación cristiana con un lenguaje objetivo y forense”. Cuando Jesús exclama en la cruz “Consumado es” (Juan 19:30), puede interpretarse como el anuncio de que la deuda y la responsabilidad del pecado han sido saldadas por completo. Es decir, Cristo pagó el precio que exigía la Ley, el precio del pecado, con su sacrificio. Así, cuando Pablo subraya en Romanos la frase “somos justificados por su sangre”, se refiere a que el pecador, por la sustitución penal, recibe el perdón de su deuda y es declarado justo. Por ello, a lo largo de la historia de la Iglesia, esta teoría ha gozado de amplio respaldo y, de hecho, “Jesús pagó mi deuda en la cruz” ha sido y sigue siendo un mensaje central en muchas prédicas y cultos.

La tercera teoría, la “teoría de la influencia moral” (Moral Influence Theory), fue sistematizada en el siglo XII por Pedro Abelardo y, desde entonces, se ha ido desarrollando en diversas formas hasta la época moderna y contemporánea. Esta perspectiva afirma que el suceso de la cruz produce una gran conmoción en el corazón del ser humano: la historia de Jesucristo, quien se humilló hasta la muerte en la cruz por los pecadores, con su amor supremo, conmueve tan profundamente el corazón que provoca un arrepentimiento y un cambio moral, impulsando a vivir en santidad, apartados del pecado. Mientras que la sustitución penal utiliza imágenes “objetivas” y “forenses”, la influencia moral hace hincapié en la “experiencia subjetiva” y la “transformación interior”.

Existen críticas a la teoría de la influencia moral, especialmente en cuanto a “cómo explicar la ira de Dios” desde esta perspectiva. También se cuestiona si sería posible la regeneración humana “solo por un sentimiento de conmoción”, si no existiera la expiación objetiva de la cruz. Por su parte, los defensores de esta teoría responden que “el retorno de los pecadores a Dios no depende meramente de una declaración forense, sino del encuentro profundo con el amor de Dios”. Es decir, “el sacrificio de Cristo produce un impacto y una conmoción tan profunda en nuestro interior que ahí es donde comienza la restauración del alma”.

Para el pastor David Jang, no se trata de seleccionar cuál de estas tres teorías es la única correcta, sino de reconocer que “cada una cumple una función especial y, al complementarse, muestran la riqueza y plenitud de la cruz”. La muerte de Jesucristo es, al mismo tiempo, un acontecimiento cósmico que demuestra su victoria sobre Satanás (Christus Victor), un sacrificio de sustitución penal que paga por completo la deuda del pecado (Penal Substitution), y la máxima expresión de amor que conmueve la mente y el corazón humano (Moral Influence). En la tradición de muchas iglesias, se ha comprobado que, al meditar en la redención de la cruz desde estos tres ángulos, se percibe con mayor profundidad e integralidad.

A través de la historia de la Iglesia, en ciertas épocas se ha destacado más la sustitución penal; en la Iglesia primitiva, “Cristo Victorioso” era más generalizado; y tras la modernidad, con el individualismo y el auge de la psicología, se ha prestado mayor atención a la influencia moral. Al contemplar la historia, se ve que la Iglesia nunca se ha encerrado en una sola teoría, sino que ha intentado responder a los interrogantes de cada época usando expresiones diversas, sin perder la esencia del evangelio.

El pastor David Jang enseña: “nuestra confesión de fe en Jesucristo como Salvador implica tanto la liberación del poder de Satanás, como la seguridad de que el castigo por el pecado ha sido pagado y, al mismo tiempo, el descubrimiento de un amor tan inmenso que transforma nuestro corazón”. Se trata, pues, de un testimonio de la acción conjunta de las tres teorías. En el culto, al escuchar la Palabra y cantar alabanzas, muchos fieles experimentan repetidamente arrepentimiento y decisión de cambio, algo que se asemeja a lo descrito por la teoría de la influencia moral: una transformación interior. A la vez, la enseñanza doctrinal sobre “el castigo que termina por la sangre de Cristo” (sustitución penal) aporta paz a nuestro corazón, y la proclamación del evangelio nos recuerda que “Cristo ya ha vencido” (Cristus Victor), infundiendo así esperanza a escala cósmica.

Así pues, en Romanos 3:25, un solo versículo encierra una gran variedad de implicaciones sobre la redención. Cuando Pablo describe a Cristo como “propiciación por medio de la fe en su sangre”, deja entrever la polifacética riqueza de la obra redentora. La victoria de Cristo, la expiación penal y la conmoción moral confluyen en un solo punto: “El amor de Dios se ha revelado plenamente en la cruz, y este amor libera para siempre a quienes creen”.

3. Aplicación pastoral y la teología de la redención en el ministerio del pastor David Jang

Las tres teorías de la redención expuestas no se quedan en el plano teórico; tienen un efecto directo en la práctica pastoral, en la predicación y en la vida de fe de los creyentes. El pastor debe dar testimonio de cuán real y poderosa es la obra redentora de Jesucristo en la cruz, presentando los diferentes matices que estas teorías ofrecen. Entre los congregantes, puede haber quien encuentre firme consuelo en la sustitución penal, mientras que otros se conmueven y se arrepienten al escuchar la historia de amor de Jesús. También hay quienes cobran valentía al creer que, si Cristo venció en la guerra espiritual contra el pecado y la muerte, ellos también pueden vivir en victoria.

El pastor David Jang subraya la importancia de aplicar la doctrina de la redención en el contexto del ministerio. En sus predicaciones y enseñanzas, la obra de la cruz no se presenta como un “hecho teológico del pasado”, sino como un “evento para hoy” que debe arraigarse profundamente en nuestra vida. Cuando él se propone “grabar el evangelio de la cruz en el corazón de cada persona”, claramente hay un componente de la teoría de la influencia moral: el amor de Jesús, quien exclamó “Consumado es” en la cruz, puede conmover y ablandar los corazones fríos y endurecidos por el pecado.

Al mismo tiempo, el pastor David Jang defiende la necesidad de conservar la “sustitución penal” en la enseñanza de la Iglesia. Sin un fundamento firme en el hecho de que en la cruz se satisfizo la justicia de Dios, la santidad divina y su rectitud quedan desdibujadas. El hombre está obligado a recibir el castigo por su pecado, pero es Cristo quien lo asume en nuestro lugar, y este es el corazón del evangelio que no debemos pasar por alto. En sus predicaciones, con frecuencia recalca que “el amor incondicional de Dios, que perdona nuestros pecados, se sostiene en el sufrimiento atroz de Jesucristo”. Esta afirmación no es un mero recurso emotivo, sino un mensaje con base teológica y bíblica.

Por otro lado, para el pastor David Jang la perspectiva de “Cristo Victorioso” también aporta fuerza y esperanza a quienes libran batallas espirituales. En la realidad del creyente, aún existen luchas contra el pecado, tentaciones de Satanás y conflictos con los valores del mundo. Sin embargo, “saber que Cristo ya venció y que participamos de su victoria” da aliento y consuelo al creyente. Por eso, en sus mensajes, el pastor a menudo anima a los fieles a resistir la oscuridad y la mentira que Satanás trata de sembrar, recordándoles que “Cristo Victorioso” es el fundamento de su fe.

En la práctica pastoral, muchos creyentes declaran “estar seguros de su salvación” pero a la vez, en su vida cotidiana, se ven agobiados por la culpa, la ansiedad o el sentimiento de condena. En tales casos, el pastor David Jang les recuerda que “nuestros pecados no se lavan con jabón, sino que solo la sangre de Cristo puede limpiarlos”. Aquí se ve reflejado el énfasis de la sustitución penal. Pero a la vez, les invita a meditar profundamente en “el amor sacrificado de Jesucristo”, lo cual se relaciona con la influencia moral. Finalmente, el recordatorio de que “la cruz destruyó nuestras cadenas” conecta con la visión de Cristo Victorioso, mostrando que ya no somos esclavos sino libres en Cristo.

Esta comprensión integrada de la redención enriquece la proclamación del evangelio. La historia de la Iglesia demuestra que quien se centra en una sola teoría corre el riesgo de caer en una visión distorsionada. Por ejemplo, si solo se destaca la sustitución penal, se corre el peligro de presentar a Dios como un “juez cruel”; si solo se aborda la influencia moral, la expiación objetiva de la cruz puede diluirse; y si se insiste únicamente en Cristo Victorioso, se corre el riesgo de limitar la obra de la cruz a la dimensión de la “guerra espiritual”, dejando de lado el perdón personal de los pecados o la transformación interior. Por eso, el pastor David Jang insiste en sus seminarios y conferencias: “Estas tres teorías no deben separarse, sino que deben conectarse y complementarse mutuamente dentro del gran marco del evangelio de la cruz.”

En la formación pastoral, cuando se dirige a seminaristas y obreros de la Iglesia, el pastor subraya la necesidad de no convertir la influencia moral en un simple recurso emocional en la predicación. Si se percibe este riesgo, aconseja reforzar simultáneamente la enseñanza de la “dimensión jurídica de la cruz” —que Cristo pagó la deuda del pecado— a fin de sostener la santidad y la justicia de Dios. Además, recomienda predicar que “Cristo ya ha vencido” para que los fieles vivan sin temor en el mundo, apoyados en su triunfo. La tarea pastoral es combinar estos mensajes para que cada creyente, según su situación, experimente profundamente la redención de la cruz.

Muchas personas llegan a la Iglesia con cargas de dolor: desesperanza, culpa, heridas profundas o una sensación de opresión espiritual. Algunos se preguntan: “¿Podrá Dios perdonar a un pecador como yo?” (un enfoque más cercano a la sustitución penal). Otros piensan: “No puedo creer que exista un Dios que me ame hasta ese punto” (una vivencia más ligada a la influencia moral). Y otros llegan con dudas del tipo: “Si Dios existe, ¿por qué permite el mal y la muerte? ¿Acaso no estoy librando una batalla perdida?” (una inquietud a la que responde la perspectiva de Cristo Victorioso). Para atender a esta variedad de necesidades espirituales, emocionales e intelectuales, el pastor o la Iglesia deben iluminar todos los matices de la redención que ofrece la cruz.

A través de predicaciones, escritos y programas de formación, el pastor David Jang ha presentado esta visión equilibrada de la redención. En grupos pequeños y en la formación de discípulos en la Iglesia, se enseña la doctrina de que “somos limpiados por la sangre de Jesús” junto con la pregunta: “¿Me he conmovido de veras y he respondido con arrepentimiento ante ese amor?” Además, se plantea: “¿Sigo sometido a la influencia de Satanás y del mundo? ¿Permitirá Cristo, el vencedor, que yo viva cautivo?” Tales reflexiones no se quedan en lo teórico, sino que buscan que los fieles experimenten el poder del evangelio en todos los ámbitos de su vida.

De hecho, los creyentes vivencian cómo la obra de la cruz los transforma en la comunión de la Iglesia, cuando confiesan sus pecados, comparten sus heridas y reciben sanidad y restauración. Desde la perspectiva de la sustitución penal, “ya no hay condenación” y esto trae libertad. Desde la influencia moral, la conciencia de “un amor tan grande que me acoge y no me rechaza” conduce a un arrepentimiento sincero. Desde Cristo Victorioso, se adquiere valor para enfrentar problemas familiares, adicciones, depresión u opresiones espirituales, recordando que “el poder de Satanás ha sido vencido”. Cuando todo esto se integra, el creyente avanza hacia la madurez en Cristo.

En conclusión, Romanos 3:25 —“A quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre”— no es simplemente una oración, sino la verdad fundamental que suscita preguntas y respuestas medulares para la Iglesia y sus miembros. En él convergen la liberación que Cristo logra como vencedor (Christus Victor), la dimensión forense de la sustitución penal y la renovación interior descrita por la influencia moral. Para muchos pastores, incluido David Jang, proclamar estos tres aspectos en equilibrio revela con nitidez la santidad y la justicia de Dios, al mismo tiempo que exalta su inmenso amor y manifiesta la victoria de Cristo sobre el poder de las tinieblas.

Hoy en día, cuando alguien se pregunta: “¿Por qué Dios no perdona nuestros pecados simplemente, sin necesidad de la cruz?” o “¿Cómo es que un suceso acaecido hace 2000 años me da hoy poder salvador?”, la Iglesia debe responder no solo con la larga tradición teológica y doctrinal, sino también con el testimonio vivo de la comunidad cristiana. Precisamente esto es lo que el pastor David Jang viene enfatizando: por más que uno conozca de memoria una excelente exposición doctrinal, si no “acepta y experimenta” el amor de la cruz, la verdadera libertad del alma sigue siendo inalcanzable. Así, Romanos 3:25 —el anuncio de la reconciliación a través de la sangre de Cristo— ha de hacerse realidad en la vida concreta de cada creyente.

La muerte de Jesús como “propiciación” (o “expiación”) derribó definitivamente el muro de enemistad y la ira entre Dios y el ser humano, tal como expuso Pablo. Este acontecimiento maravilloso es el mensaje que encierra el término “evangelio”. Mediante el evangelio, descubrimos que el amor de Dios ya existía aun cuando éramos pecadores. Ese amor no requiere que presentemos méritos ni logros; exige únicamente que, por la fe, recibamos el sacrificio de Cristo, siendo justificados solo por gracia (Sola Gratia). Y cuando entendemos esta verdad, nuestro corazón se ablanda y nuestra vida, manchada por el pecado, se transforma. Así ocurre según la teoría de la influencia moral, a la vez que la sustitución penal nos otorga una posición forense segura, y Cristo Victorioso nos llena con la alegría de la liberación.

La Iglesia ha sido llamada a proclamar este hermoso evangelio, que no se limita a debates intelectuales o cátedras teológicas. Es indispensable que los creyentes puedan decir en la práctica: “Soy libre del pecado”, “Ya no estoy bajo condenación”, “El amor de Dios es tan grande que me rindo a Él”, o “Aunque haya mal y tentaciones, en Jesús puedo vencer”. Tal es el trabajo pastoral y la pasión que, como David Jang, muchos ministros manifiestan en su ministerio cotidiano. A lo largo de la historia de la Iglesia, ha habido numerosos debates sobre la redención, pero en cualquier época, el centro de la predicación ha permanecido firme en “la cruz y la resurrección” de Jesucristo. También en nuestros días, cuando abrazamos la verdad de Romanos 3:25, la Iglesia puede renovarse y llenarse de vida, y el poder del evangelio se extiende por todas partes, con multitudes que pasan de la muerte a la vida, llenando el mundo de gratitud y alabanza.

De este modo, la teología de la redención que integra estas tres teorías no es una mera opinión o construcción mental; es una fuerza que transforma la vida de las personas, edifica la comunidad cristiana y restablece la relación entre Dios y los hombres. Romanos 3:25 nos recuerda esta esencia: “A quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre.” En el pasado, presente y futuro, quienes creen en Jesucristo han pasado de la enemistad a la reconciliación con Dios. Esta declaración incluye la victoria de Cristo, la expiación penal y la conmoción moral que experimenta cada corazón. Al proclamar este mensaje y meditar en Cristo, vencedor y sustituto penal, así como fuente de amor que nos conmueve, la Iglesia y los creyentes pueden cumplir su función de “luz y sal” en medio del mundo.

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